Lunes 21. El país despertó con la noticia de que “estamos en guerra”. Novedad de la que el general a cargo de la seguridad en Santiago, Javier Iturriaga, rápidamente se desmarcó y que desmintió apenas entregó su balance matinal. También en el centro, un hombre de barba y parka de plumas sin mangas, accede a hablar con la periodista de CNN, que busca testimonios de gente a la salida del metro Santa Lucía. Es el primer día que funciona el metro. Los trenes y estaciones quemados han aparecido en televisión abriendo un bucle de noticias que no se detiene, como argumento irrefutable de que Santiago está en guerra. Tanto o más contundente que los saqueadores. Los que roban todavía no tienen un rostro tan claro. Pero se sabe que existen, por otras imágenes del playlist que hemos visto desde el sábado: la de supermercados ardiendo y filas de gente arrestada circulando con las manos amarradas.
“Lo que informan los medios efectivamente tiene un impacto directo en cómo va a reaccionar la ciudadanía. Es tremendamente peligroso que solo muestren un marco de conflicto permanente. Eso es tremendamente peligroso. Porque estoy haciendo creer a los chilenos que estamos en un estado de guerra, que es una tesis que quiso defender el Presidente en un desafortunadísimo punto de prensa, que es la del enemigo interno. Y los medios, muchas veces de forma inconsciente, por cómo se cubren los conflictos habitualmente, muestran esto”, dice Enrique Núñez, de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica.
El hombre va a terminar de hablar, pero antes decide aprovechar sus minutos en televisión, pide permiso. Se lo dan: “Ustedes tienen el don de comunicar y he visto que lo único que hacen es mostrar gente golpeándose, quemando, saqueando (…). Chile está sufriendo, ustedes están esparciendo el virus, también esparzan el remedio”. El micrófono no tiene el cuadrado de acrílico con el logo del canal.
Es el mismo detalle que se puede notar en la tarde, cuando un reportero de Canal 13 busca gente para hablar en Apoquindo. Es la marcha más pacífica junto con la concentración en Plaza Ñuñoa. El periodista se acerca a una pareja, pero solo habla un hombre de barba. Pregunta de qué canal viene, se lo dicen. Responde con sorna “me alegra que por primera vez estén mostrando la parte buena. En la mañana estaba más abajo, estaba más pacífico y volaban las lacrimógenas”.
Cariño a la baja
Para Cristian Leporati, director de la Escuela de Publicidad de la Universidad Diego Portales, los medios no son inmunes al desprestigio del resto de las instituciones. “El periodismo está cayendo en el mismo desprestigio del resto de las instituciones porque la gente los asocia con el poder. Pero eso es súper grave porque los únicos que nos pueden traer la información profesionalmente son los periodistas. Esta ruptura de cariño entre la prensa y la ciudadanía se produce, creo, a partir de las protestas escolares de 2006. En ese momento la televisión empezó a transmitir esto como un espectáculo y la televisión empezó a sacarles los logos a los móviles”, dice.
Pero puede que en la televisión haya menos periodismo que en otros lugares y mucho más espectáculo. Como sea, es el medio más influyente, el que está viendo el público antes de comentar en redes sociales. Lo dice un entrevistado para un despacho de Mega: “La televisión ha hecho creer que este es un problema de seguridad pública y no es así”. La reportera a cargo refuta y dice que solo muestra la situación de un supermercado, corta el discurso, busca a otra persona, el hombre se cuela un último segundo y dice “todo está bien, no se preocupen”, como si su deber fuera despabilar a los que miran la televisión.
“Johan Galtung y Mari Ruge, a principios del siglo XXI, al analizar la cobertura de noticias internacionales identifican el conflicto como uno de los principales atributos. Eso se convierte en una receta que funciona muy bien en una lógica competitiva de los medios. Porque si tengo una quema, una protesta, una barricada, se ve infinitamente mucho más atractivo que un grupo de personas marchando pacíficamente. El problema es que esa misma lógica competitiva por el rating, va en detrimento y en la lucha por un periodismo que cumple un rol ciudadano dentro de una democracia”, subraya Enrique Núñez.
En la tarde del lunes, un grupo de manifestantes le grita a Luis Marambio, reportero de Canal 13, “y... ¡Fuera!” como hacían Don Francisco y el público de Sabados Gigantes con los concursantes de El Chacal de la Trompeta. “En momentos de crisis grave, fundamental, cuando está muriendo gente, cuando tú ves un país separatista y donde se queman bienes fundamentales como el metro, no puedes tener la misma liviandad de la televisión abierta, del espectáculo permanente. En ese sentido los editores no fueron capaces de percibir, tampoco lo hizo la política y en particular el Gobierno de turno, de separar algo dramático, grave y fundamental para la historia de algo sucedáneo”, cree Leporati.
La hora de hacer preguntas
También durante la tarde del lunes, la cámaras de varios teléfonos registran un piquete gritando “¡digan la verdad!” en el frontis de TVN. Una mujer porta un letrero que dice “Felipe sentiría vergüenza”. Algo muy similar ocurrió casi a la misma hora en avenida Pedro Montt, donde se emplazan las oficinas del grupo Turner, que maneja a CHV y CNN. Decenas de personas gritan afuera del canal criticando la cobertura.
En una declaración pública, un grupo de profesores y profesoras, más estudiantes de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, criticaron la forma en que la televisión ha estado mostrando el estallido social.
"Exigimos a los medios no hacer de esto un espectáculo y estar a la altura de lo que requiere nuestra patria en el contexto de un Estado de Excepción que transgrede libertades y derechos individuales y colectivos. No es bueno para el país que todas las acciones ejercidas por las Fuerzas Armadas y Carabineros sean justificadas por periodistas y líderes de opinión en pantalla, principalmente, luego de las escenas de violencia brutal y vulneración de los derechos humanos que se están conociendo solamente a partir de una cobertura ciudadana en redes sociales, medios comunitarios e internacionales”.
Claudia Lagos, académica de la Universidad de Chile, entiende que puede haber un matiz, dado por la rutina y la urgencia en el trabajo de los medios. “Entiendo la lógica del estupor del espectáculo, del melodrama en un primer momento de la cobertura. Pero por otro lado hay un par de periodistas que han hecho preguntas más incisivas. Por lo menos hacer las preguntas que tengan relación con estirar el chicle de la información: cuántos muertos, de dónde son, en qué tribunal están los detenidos, qué pasa con los militares. Por lo menos en el momento de la información tratar de estrujarla. No hay nadie que la esté sistematizando”, indica, coincidiendo con una pregunta que el periodismo, luego de la euforia del espectáculo, se hace: ¿cuáles son las condiciones de los detenidos? ¿Cuál es la cifra real de muertos? ¿Hay detenidos desaparecidos? ¿Qué está haciendo realmente el Gobierno para salir de la crisis?
Nada de esto es nuevo, las coberturas de grandes eventos ya antes dejaron críticas y también instancias de conversación. Claudia Lagos explica que “en los reportes y las recomendaciones que parió el Consejo Nacional de Televisión a propósito del incendio en la cárcel de San Miguel, de los incendios de Valparaíso, del terremoto de 2010 y después del norte, elaboró una serie de recomendaciones, después de conversar con periodistas y editores. Pero ese material quedó en el olvido, siendo reciente. Fue un levantamiento que se hizo en conjunto, tratando de entender las lógicas de producción y cobertura. Nada de lo que se ha hecho desde el viernes hasta ahora, ha seguido ni de cerca esas recomendaciones, que tienen que ver con disminuir o evitar a toda costa los recursos que enfatizan el melodrama como la reiteración de las imágenes hasta el cansancio de los mismos lugares destruidos, tener cuidado con a quiénes se entrevista, cómo se entrevista sobre todo a los menores de edad. No hicieron eco en esta cobertura de crisis”